lunes, 30 de octubre de 2017

Lo que no contaré

Son palabras. Las mismas que ebullían en diatribas patéticas por silencios solitarios de capillas y paseos, las que al fin se abrieron paso a susurros primero y luego en trazos diminutos en cuadernos de colegio. Palabras que dejaban de doler al verse escritas, como si en leerlas pasasen a ser dueñas de un extraño y adquirieran un valor de arte incomparable que las tornaba sanadoras. Bálsamo de tardes de domingo, inductoras de un afán obsesivo por rodearme de aquello que seguía ausente. Todo. Un universo del que yo era dueño, por el que algún día sería admirado aunque entonces lo guardara en secreto. Sólo palabras, delirios de tinta azul que se borraban en las dobleces de un papel mil veces desplegado y vuelto a ocultar en la celda de una carpeta al fondo de un cajón.

Muy pocas vieron la luz, a lomos de cuentos y ensoñaciones juveniles. El resto, las más sinceras, aún redimen su osadía lejos de teclados y pantallas. Compartirán silencio con aquellas que nunca ya podré siquiera pensar, constreñido por esta ventana artificial, expuesto a la intemperie.

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