Recuperamos la esencia del paseo
por caminos de tierra entre setos y bancos de piedra, con aromas de resina y
hierba seca, al calor de un sol familiar que abrillanta fuentes y fachadas. Revivimos
en un caos de gentes y de coches, animados de su mismo espíritu festivo; un escándalo
de vida estridente y cacofónico, sublime como un coro de ángeles. Roma nos
estaba esperando, nos había aguardado desde siempre, con la ilusión de un niño
que nos muestra sus tesoros y nos invita a jugar, a compartir sus sueños y sus
historias. Escuchó la nuestra con oídos atentos y la adornó con parte de su
belleza, regalándonos miradas, gestos y palabras que creíamos perdidos para
siempre. Nos tendió sus calles y sus plazas para que anduviéramos del brazo a
contemplar atardeceres de cúpulas doradas. Le puso música al garbo de tus
pasos, conspirasteis juntas para un beso inesperado y nos alzó a su cielo casi
eterno; cuatro almas en un solo recuerdo.