viernes, 14 de octubre de 2016

La decisión

El aluvión de críticas le resbaló como el resto de comentarios malintencionados que le fueron llegando de todas partes. Ni siquiera sus más allegados habían sido capaces de mantener al menos cierta neutralidad y empezaban a expresar su malestar de manera soterrada; que si qué necesidad había, que si a ver en qué paraba aquello...y vuelta la burra al trigo, como si no lo supiera él bien. Pero siguió impávido observándose la punta de los zapatos mientras se estiraba en su butaca.

Repasó sus últimas decisiones y volvió a sentirse seguro de haber obrado con buen juicio. Las consecuencias, le advertían, podrían ser nefastas, pero hasta el momento ninguna catástrofe había sobrevenido y en mantenerse dicha calma cifraba él sus esperanzas de triunfo.

“Señor”, le sorprendió su secretaria asomándose por detrás de la puerta. “Hay alguien que desea verle. No quiso decirme su nombre”, se adelantó a responder.

“Es igual. Que pase”.

Casi de inmediato un hombre entró en el despacho y se acercó sin titubeos hasta quien se había puesto en pie para recibirle.

“Conozco sus quebraderos de cabeza y estoy aquí para ayudarle”.

“¿A sí?”

“En efecto. ¿Tomamos asiento?”

“Como guste”.

Volvió a ocupar la butaca de cuero marrón y el otro se sentó en un sillón algo más bajo.

“Usted dirá”, le animó al ver que de pronto guardaba silencio.

“Le propongo un juego”.

“Vaya”.

“Un pasatiempo de lo más sencillo. Usted se olvida de quién es por unos minutos y yo le cuento quién soy yo”.

“Acepto la segunda parte. La primera va a resultar harto difícil”.

“Tal vez no tanto. Qué tal si empiezo por mi fecha de nacimiento. Un tres de Abril de hace treintaiséis años.

“¡Qué casualidad!”

“¿Verdad que sí?” Me crié en Soria y  como usted tuve un hermano y dos hermanas.

El rostro del otro palideció.

“Elena murió, en efecto y papá y mamá nunca lo superaron. Tal vez por eso decidieron lo del internado de Madrid”.

“Un sitio horrible”.

“Usted lo ha dicho. Y solitario. A pesar de estar rodeado de chiquillos a todas horas, fui incapaz de sentirme acogido. A cambio me enfrasqué en lecciones y libros de texto”.

“Por un magnífico expediente”.

“Que a todos pasó desapercibido”.

“En casa elogiaban mis notas”.

“No se engañe. A nadie le importó demasiado lo que fuera de nosotros. Tal vez por eso me aferré a una obsesión ególatra que dio conmigo en despachos y cargos públicos”.

“Maldita política”.

“Mas rentable. Costeó lo poco que deseé, caprichos innecesarios en su mayoría que en nada me satisficieron”.

“Aun así muchos suponen que esto es jauja”.

No pudo evitar una sonrisa.

“Cuando en realidad soporto una vida miserable”.

“Exagera”.

“Ni un ápice; más vale que me crea. De lo contrario acabará por equivocarse de verdad”.

“¿A qué se refiere?”

“De un tiempo a esta parte la presión de unos y de otros se ha acentuado y por momentos he llegado a flaquear. Hice cosas que no debía y de las que no consigo arrepentirme”.

“¿Usted?”

“Fue cosa mía, sí. Como habrá de serlo todo lo demás”.

Sujetó con fuerza los brazos de la butaca debatiéndose entre seguir escuchando o ponerse en pie y dar por terminado aquel absurdo.

“ Si tiene algo de lo que acusarme...”

“ En absoluto. Su carrera está impoluta. Y así ha de seguir”.

El otro relajó el gesto.

“No sé si...” balbuceó “Me falla la memoria”.

“No se apure. Verá qué sencillo”.

El hombre se levantó del sofá y se puso junto a él.

“No puedo retrasarlo mucho más. Sígame”.

Le ayudó a ponerse en pie y los dos se fueron hasta la puerta del balcón.

Una niebla espesa enturbiaba la mañana ocultando la calle varios metros por debajo. El hombre se asomó sujeto a la barandilla y en el inesperado silencio que le rodeaba intuyó que nada existía bajo sus pies, nada tras su espalda o sobre su cabeza. Se palpó el pecho y el estómago que había dejado de dolerle y en su mente descubrió un vacío acogedor exento de urgencias y de dudas. Antes de abandonarse por completo le pareció escuchar que le llamaban.

“Adelante”.

“Le esperan en la sala”.

“Dígales que estaré en un momento”.

Su secretaria titubeó antes de preguntar.

“¿Ya tomó una decisión?”

El hombre asintió despacio con una sonrisa y la mujer no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda.