Un
delicioso panal de miel colgaba de una de las ramas más altas de un árbol. Por
allí pasaban a diario un oso y un zorro y ambos se relamían con la visión de
tan apetitoso manjar.
Cuando
el oso lo miraba, una inmensa tristeza se apoderaba de él al saberlo
inalcanzable. Sin embargo el zorro se llenaba de enérgica ilusión cada vez que
lo veía desde abajo.
Día
tras día la frustración del oso fue creciendo al tiempo que la esperanza del
zorro se hacía más real. Por no sufrir más, el oso cruzaba cada vez más deprisa
bajo el árbol casi sin mirar el panal, mientras el zorro seguía celebrando
entusiasmado la presencia de la miel dando vueltas alrededor del tronco.
Un buen
día, tras una noche de tormenta, el oso pasó bajo el árbol con la mirada en el
suelo. “Qué pena no poder comerlo” refunfuñó mientras se alejaba. Unos minutos
después el zorro se acercó como cada mañana y, para su deleite, encontró el
panal enganchado en una rama más baja. Sin duda el vendaval lo había desprendido
durante la noche y aguardaba al alcance de sus zarpas. Alzado en las patas
traseras, el zorro cogió el panal con sus fauces y se alejó de allí pensando “Mañana
empezaré a buscar en otra parte”.
No pidas con lamentos ni desees sin ilusión.
Llegan antes los que disfrutan la espera.