domingo, 16 de septiembre de 2012

Un fragmento

Era la primera vez que acudía a la tienda real sin la compañía de su padre. Su anual despedida en los confines del desierto casi trece meses atrás había resultado ser la última ocasión en que se adentró en aquel paraíso de deseos concedidos que, a sus ojos de niño, representaba el opulento aposento de los Magos. Para él todo lo que allí brillaba o daba color a la penumbra misteriosa, todo lo que oscilaba al ritmo de la música o se mecía en las brisas aún cálidas que se colaban bajo la inmensa lona, todo cuanto se extendía a sus pies o descansaba en mesas y armarios, formaba parte del regalo universal, un pedacito del cual pronto sería suyo.

Recordaba perfectamente que el silencio respetuoso impuesto a su condición infantil le permitía refugiarse en un anonimato casi invisible que, poco a poco despistaba el control relajado de su padre y le permitía explorar a su antojo entre aquella jungla de maravillas desconocidas. En más de una ocasión le habían encontrado dormido entre cojines de colores, soñando aún que viajaba a lomos de nubes vertiginosas sobre mares repletos de islas desiertas y tesoros escondidos. Pudo sentir el aroma inconfundible de su padre y sus brazos fuertes suspendiéndole en la tiniebla de una tarde anochecida y la suave caricia de Baltasar que le miraba, como los otros dos ancianos, con el sincero pesar de verles partir...

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