viernes, 17 de agosto de 2012

Un alto en el camino


Aprovechó el abrigo de una roca gigantesca para detenerse a descansar. Hasta aquel momento no había podido siquiera admirar la belleza de los parajes por los que transitaban, ni sentir el frescor de la mañana. Sus ropas empapadas de sudor comenzaron a enfriarse en la umbría de la sierra, pero prefirió aguardar en su cobijo con la esperanza de que le olvidaran allí y continuaran camino sin él. Tuvo que aguzar el oído para escuchar sus voces cercanas, pero no supo discernir si ocultaban inquietud alguna por su repentina ausencia. Miró al cielo casi amanecido y respiró muy profundo. Tal vez ni siquiera se hubieran percatado de que faltaba. Un irresistible sentimiento de libertad le fue llenando el alma de una paz olvidada, casi irreconocible, hasta convencerle de que no había jamás de regresar.

Tan solo un instante después de escuchar como se acercaba, uno de los hombres bordeó el peñasco entre zarzas  y tomillos y encontró el lugar vacío y silencioso. Con un gesto de hastío se levantó la gorra para secarse el sudor de la frente y aprovechó el momento para admirar el glorioso espectáculo de los picos nevados y el valle salvaje que se tendía cientos de metros por debajo del abismo abierto justo a sus pies.

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