Aprovechó
el abrigo de una roca gigantesca para detenerse a descansar. Hasta aquel
momento no había podido siquiera admirar la belleza de los parajes por los que
transitaban, ni sentir el frescor de la mañana. Sus ropas empapadas de sudor
comenzaron a enfriarse en la umbría de la sierra, pero prefirió aguardar en su
cobijo con la esperanza de que le olvidaran allí y continuaran camino sin él. Tuvo
que aguzar el oído para escuchar sus voces cercanas, pero no supo discernir si
ocultaban inquietud alguna por su repentina ausencia. Miró al cielo casi
amanecido y respiró muy profundo. Tal vez ni siquiera se hubieran percatado de
que faltaba. Un irresistible sentimiento de libertad le fue llenando el alma de
una paz olvidada, casi irreconocible, hasta convencerle de que no había jamás
de regresar.
Tan solo
un instante después de escuchar como se acercaba, uno de los hombres bordeó el
peñasco entre zarzas y tomillos y
encontró el lugar vacío y silencioso. Con un gesto de hastío se levantó la
gorra para secarse el sudor de la frente y aprovechó el momento para admirar el
glorioso espectáculo de los picos nevados y el valle salvaje que se tendía
cientos de metros por debajo del abismo abierto justo a sus pies.
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