Al
final resulta que no importa, aunque en realidad no importó desde el principio.
Lápiz, bolígrafo, pluma, Olivettis escandalosas o teclados con ñ (o incluso sin
ella); comas, puntos, tildes, minúsculas, mayúsculas, uves, jotas, ¡qué más da! La gramática más pura y académica, redactada en impoluta caligrafía de
perfección ortográfica no va a interesarle a nadie si no les cuenta nada.
Las
palabras sólo son trazos escritos o
vibraciones sonoras pronunciadas o escuchadas. No dejan de ser un mero medio de
comunicación hasta que las fantaseas y las reinventas a tu modo, como en un puzzle
y las vas dando un sentido secreto, inesperado, a lo largo de frases y de párrafos.
Las
palabras, sin embargo, pueden volverse peligrosas; en ocasiones tienden a enmarañarse
y forman una masa que puede incluso mantenerse en pie, como un muro
infranqueable que no te deja pasar ni siquiera ver lo que hay del otro lado. No
es que sean de natural rebeldes o tozudas. Algunas palabras llegan y se van,
son esquivas sobre todo en los sueños, y hay que convencerlas de que se queden.
No tratéis de capturarlas porque entonces se resisten, se trasforman, pierden
el sentido y lo enredan todo. Conviene ser muy gentil con lo que se piensa y
tratar de sentirse siempre bien porque de este modo llegaran las ideas y las
expresiones justas y adecuadas, se dispondrán de la mejor manera y fluirán
tranquilas o turbulentas según el cauce que las lleve.
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