viernes, 13 de julio de 2012

La vida de un libro


El libro resbaló de sus manos pero el impacto en el suelo no fue suficiente para despertarle. Cayó abierto, sobre la madera pulida y quedó inmóvil, como un vencejo derrotado, incapaz de batir las alas para alzar de nuevo el vuelo.

Soñó que regresaba siendo niño, que se encontraba postrado de aquel modo (viejo, exhausto, abandonado); se acercaba corriendo y se besaba en la frente, con cuidado, por no despertarse. Tomaba entonces el libro entre sus manos y retomaba el relato, despacio, muy quedo, hasta  que en el sueño se dormía también, mucho más profundo y para siempre.

El muchacho dejó de leer y cerró el libro con delicadeza. Volvió La mirada al hombre y durante unos segundos la mantuvo tierna, inmóvil, capaz de percibir el eco de sus últimas palabras, confortando el alma del anciano. Le pareció que los párpados cerrados vibraban ligeramente y no supo decir si fueron sus manos o el libro que sujetaban las que se estremecieron también, transmitiéndole una energía serena pero imparable.

El muchacho se puso en pie, apagó las luces y salió del cuarto sin hacer ruido. 

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