El
libro resbaló de sus manos pero el impacto en el suelo no fue suficiente para
despertarle. Cayó abierto, sobre la madera pulida y quedó inmóvil, como un
vencejo derrotado, incapaz de batir las alas para alzar de nuevo el vuelo.
Soñó
que regresaba siendo niño, que se encontraba postrado de aquel modo (viejo,
exhausto, abandonado); se acercaba corriendo y se besaba en la frente, con
cuidado, por no despertarse. Tomaba entonces el libro entre sus manos y
retomaba el relato, despacio, muy quedo, hasta
que en el sueño se dormía también, mucho más profundo y para siempre.
El
muchacho dejó de leer y cerró el libro con delicadeza. Volvió La mirada al
hombre y durante unos segundos la mantuvo tierna, inmóvil, capaz de percibir el
eco de sus últimas palabras, confortando el alma del anciano. Le pareció que
los párpados cerrados vibraban ligeramente y no supo decir si fueron sus manos
o el libro que sujetaban las que se estremecieron también, transmitiéndole una
energía serena pero imparable.
El
muchacho se puso en pie, apagó las luces y salió del cuarto sin hacer ruido.
Un libro lleno de ecos interesantes mezclas de amor y olvido.
ResponderEliminar