“A ti
te pasa algo”, indagó algo preocupada. “A ver sino porqué no has abierto la
boca en toda la mañana. Si llego a saber que venías en este plan me habría
quedado en casa”.
Nuria sólo bromeaba a medias. Compartir grupo de prácticas con el alumno más laureado
de su promoción tenía ciertas ventajas a las que no estaba dispuesta a
renunciar. Sabía que muchos la envidiaban por ello y que casi todos la
criticaban a su espalda. Su íntima amistad, que databa de los últimos tres años
y que, en principio, no se había fraguado en ningún obvio interés (ni siquiera
el académico) había ido alimentando la curiosidad de amigos comunes, compañeros
y conocidos, hasta que empezaron a atribuirles un romance discreto que ellos
mismos, a fuerza de no desmentirlo ni confirmarlo, parecían ir anunciando para
regocijo de unos y recelo de otros.
A
Nuria, Miguel Ángel nunca le había
atraído físicamente y, para su sorpresa, el muchacho tampoco había dado muestra
alguna de andar tras ella. Desde el principio fue la actitud despreocupada
(pero siempre cabal) con que el chico se desenvolvía en un ambiente que a ella aún intimidaba, lo que la mantuvo a su lado
como un hechizo. A partir de entonces el espontáneo y fino humor que
compartían, unido a unas dosis siempre moderadas de discreta adulación, la
habían ayudado a fortalecer unos lazos incomparables a los que le unían a
cualquier otro de sus amigos.
A excepción
de Gerardo.
Desde
que aquel tipejo se había cruzado en su camino, por alguna razón que escapaba a
su privilegiada confianza y que, lejos de incomodarla, le provocaba una
irresistible curiosidad, Miguel Ángel le dedicaba mucha más atención de la que
el huraño personaje merecía.
“No es
por él”, se apresuró a aclarar como si le hubiera leído el pensamiento,
haciendo un gesto con la cabeza hacia el aludido, que acababa de entrar en la
cafetería. Algún otro de sus amigos esperaba aún en la barra y pronto se les
unirían a la mesa. Como si aquellos brevísimos instantes de privacidad fueran a
ser los últimos que compartieran, acuciada de una repentina urgencia, Nuria confesó:
“Cada
vez me pone más nerviosa”.
Ignoró
la mirada, entre sorprendida e indignada de Miguel Ángel y, sin darle tiempo a
replicar, continuó:
“De
verdad que empieza a darme miedo. Tiene algo raro que…”
No supo
como seguir y, en la creciente sonrisa del otro, encontró el acicate para
sacárselo del pecho.
“Desde
que se mató, no puedo dejar de pensar en vuestro compañero. ¿Y si la
policía...?”
“Vamos,
Nuria”, saltó por fin, observando de reojo cómo Gerardo se acercaba con una caña
en la mano.
“Si te
mirara como me mira a mí”, protestó la muchacha justo antes de recomponer un
gesto agradable de bienvenida, oscureciendo el de su íntimo amigo con una
sombra de inquietud que le amargó aún más el sabor de la cerveza en los labios.
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