El
hombre cerró la puerta con suavidad y quedó apoyado en ella, la mirada perdida
en la penumbra de una casa que de pronto le parecía demasiado grande. Apenas
estaba amaneciendo y el día entero se le antojaba inmenso e infranqueable. Sus
pasos sobre la madera del suelo le resultaron ofensivos; el silencio, al
detenerse, penetrante y venenoso. Arrebatado de una repentina ansiedad, salió
de nuevo al jardín y se alejó unos pasos.
Tardó
unos minutos en recuperar el aliento y el valor necesario para volverse hacia
la casa; la puerta abierta invitándole a regresar, el ventanal descubierto
bosquejando las sombras de su hogar.
Un prematuro rayo de sol alcanzó el cristal, delatando huellas de otros tiempos y encendiendo de reflejos el agua tranquila de un acuario sobre el alfeizar.
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