jueves, 12 de abril de 2012

La recepción

Supo que no quería quedarse desde el momento justo en que llegó. Demasiado alboroto para su gusto, mucho ir y venir de gentes elegantes y  exceso de palabrería y gestos vacíos. Le habían dicho que le acogerían con los brazos abiertos y así fue. El agasajo resulto tan desmedido y falso que apenas hubo puesto un pie en la estación, resolvió que, con las mismas, se marcharía en el siguiente tren que abandonara el lugar. No se lo comunicó allí mismo, consciente de que tal descortesía podría disgustarles y decidió mostrase cordial y tan agradecido como le fuera posible.

Ni siquiera sabía para qué le habían convocado, los términos de la oferta eran demasiado vagos, pero empezaba a intuir que sus expectativas excedían ampliamente cuanto él podía o estaba dispuesto a ofrecerles. Aceptó cada gesto de bienvenida con una sonrisa, pero no pronunció una palabra. Debía calcular con cuidado la excusa para rechazar su oferta y prefirió no dar muestras de disgusto hasta que no se hallara en privado con quien estuviera al cargo de aquel recibimiento. Le diría que, muy a su pesar, iba a serle imposible aceptar su hospitalidad pues asuntos de gran importancia requerían su inmediato regreso.

Para cuando descendió del estrado, entre vítores y alabanzas, el desagrado se le había transformado en franca repulsa que, a duras penas, logró disimular mientras le llevaban a una sala de espera acristalada donde una multitud sonriente continuó observándole mientras se sentaba en una silla frente a una mesa vacía. Sin mirarles, percibió la corrosiva atención bobalicona de sus espectadores, y, tratando de ignorarles, calculó el discurso justo que habría de sacarle de allí.

Pero le fallaron las palabras y la memoria.  En cuanto la puerta del despacho se cerró a su espalda y se encontró enfrentado a cinco sonrisas idénticas, atravesado por sus diez ojos rapaces, el objeto de sus pesares se diluyó de inmediato, dejándole a merced de una inquietud injustificada y eterna que sólo supo disimular con el mismo gesto afable de cuantos desde entonces y para siempre, compartieron su común existencia.

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